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lunes, 18 de enero de 2016

El legendario colegio de artillería (2ª parte)



El Real Colegio de Artillería no siempre fue sinónimo de distinción y tuvo sus períodos oscuros entre 1850 y 1890. Federico Puig Romero vivió una de las mejores etapas del colegio, precisamente el de su reapertura en 1830, cuando ser artillero tenía una aureola romántica y caballeresca propia de los mosqueteros, cuyo lema, Todos para uno y uno para todos, perteneciente al Real Colegio desde tiempos de su fundación, destaca ese afán corporativista tan presente entre sus integrantes. Destaco como curiosidad que algunos de los castigos por entonces consistían en comer sin mantel, quedarse sin postre o no poder portar la pluma blanca en el sombrero, en tanto que los premios podían ser recibir libros o medallas como recompensa a la aplicación.
Una norma fundamental para los artilleros era regirse por principios de honor. Debían ser nobles, valerosos, científicos y guerreros, sin dejar de ser caballeros, por lo que no es de extrañar que entre sus asignaturas figurara la esgrima y el baile, suprimido este a partir de 1856, cuando Isabel II comienza a visitar este establecimiento con relativa asiduidad, al hallarse próximo a su lugar de veraneo, el palacio de La Granja de San Ildefonso. En este período comienza a borrarse en el expediente de Federico Puig Romero lo que le vincula al colegio de artillería. Las visitas de la reina se repiten hasta 1861. Coincide esta etapa con que el colegio alcance un gran descrédito, y siendo director de artillería el general Serrano se manda real orden en octubre de 1858, ordenando que  proponga con urgencia las reformas que crea útiles y convenientes a fin de que desaparezcan las prevenciones que en la opinión pública existen contra el Colegio.  En 1864, ya camino de la revolución, se produce un conflicto artillero propiciado por el general Córdova, que dos años más tarde tuvo como consecuencia la sublevación de los sargentos de artillería en el cuartel de San Gil donde fue asesinado Federico Puig Romero.


Alfonso XII protegió especialmente el cuerpo de artillería al que había pertenecido su supuesto padre durante su corto reinado, durante el cual fue el principal impulsor de la reconstrucción del desolado alcázar de Segovia desde el incendio de 6 de marzo de 1862 que requirió el traslado del colegio a su actual ubicación, donde Alfonso realizó varias visitas y fue muy querido y respetado por el cuerpo. Todo lo contrario a su heredero Alfonso XIII, durante cuyo reinado se produjeron varios conflictos con el cuerpo de artillería, al que pretendía amalgamar con el resto de armas, quizá para enterrar un pasado que su padre Alfonso XII intentaba resarcir. En 1928, durante la dictadura de Primo de Rivera, se decide que los artilleros dejen de ser ingenieros industriales para ser solamente militares. Dos años antes había surgido un conflicto con los artilleros, que se sentían burlados, engañados y atacados injustamente por Alfonso XIII, como expresan en un diario extranjero titulado Hojas libres. El resultado fue que se cerró la academia de artillería por el dictador, y ante la oposición de los artilleros se les quita el empleo y se declara estado de guerra en toda España. Naufragaba ya la monarquía y todos los secretos que conviniera esconder relacionados con la artillería poco importaban ya para mantener un régimen en que el pueblo no quería, como demostró en las urnas en abril de 1931 al surgir la segunda república. 

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